La pobreza no es una condición vergonzosa ni una falla individual, sino el resultado de una distribución desigual de oportunidades y recursos.
La pobreza, lejos de ser una marca de vergüenza o un defecto personal, es una realidad que afecta a la mayoría por causas estructurales y no debe ser vista como un estigma. Comprender esto es fundamental para construir una sociedad más justa, donde la dignidad y los derechos de todos sean respetados (Noticias UCA, 2019)
La pobreza: mucho más que carencia material
Ser pobre implica sufrir carencias: dificultades para alimentarse, falta de vivienda digna, empleo precario o inexistente, y ausencia de protección social. Sin embargo, reducir la pobreza solo a la falta de recursos económicos es simplista. La pobreza es un fenómeno multidimensional, resultado de procesos sociales, económicos, culturales y políticos que privan a las personas de activos y oportunidades esenciales para una vida digna (Batthyány, 2020).
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y el Banco Mundial han demostrado que las personas en condición de pobreza suelen ser las más ocupadas, pero la mayoría trabaja en la informalidad o bajo condiciones que perpetúan la pobreza. No son responsables de su situación; la sociedad en su conjunto lo es, debido a la desigualdad estructural y la falta de oportunidades (Sotomayor, 2023).
“No son ellos, pues, los culpables de su situación, sino la sociedad en su conjunto. Por ello, el Estado y la sociedad tienen la responsabilidad de tomar cartas en el asunto” (Noticias UCA, 2019).
El estigma de la pobreza: una construcción social injusta
El estigma asociado a la pobreza surge de prejuicios y desconocimiento. Se tiende a culpar a los pobres de su situación, ignorando las desigualdades estructurales que les impiden acceder a servicios básicos, empleos de calidad y derechos fundamentales. Este estigma se traduce en exclusión social y política, agravando la situación de quienes ya enfrentan carencias materiales (Sotomayor, 2023).

La pobreza, por tanto, no es una condición vergonzosa ni una falla individual, sino el resultado de una distribución desigual de oportunidades y recursos. En palabras de Amartya Sen, una persona es pobre si carece de los recursos para ser capaz de realizar un mínimo de actividades esenciales para vivir con dignidad (Sen, 2000).
La inequidad histórica: riqueza, poder y despojo
La desigualdad de riqueza es un fenómeno antiguo. Estudios arqueológicos muestran que la brecha entre ricos y pobres comenzó a moldear las sociedades humanas hace al menos 10.000 años, intensificándose con el crecimiento de las poblaciones y la concentración de recursos (Swissinfo, 2025).
“Mucha gente imagina las sociedades primitivas como igualitarias, pero nuestra investigación muestra que la desigualdad de la riqueza se arraigó sorprendentemente pronto” (Swissinfo, 2025).

En la historia moderna, la acumulación de riqueza frecuentemente ha estado asociada a la explotación, la colonización y la negación de derechos a amplios sectores de la población, lo que refuerza la idea de que la pobreza es una condición impuesta, no elegida (Batthyány, 2020).
La visión cristiana: dignidad y opción preferencial por los pobres
Desde la perspectiva cristiana, la pobreza nunca ha sido vista como un defecto moral. Jesucristo se identificó con los pobres, afirmando: “A los pobres los tienen siempre con ustedes” (Marcos 14:7, Biblia de Jerusalén, 1998).
Jesús no solo convivió con los pobres, sino que los puso en el centro de su mensaje, reconociendo su dignidad y su papel como verdaderos evangelizadores (Vaticano, 2021).

El Papa Francisco reiteró en su momento que la opción preferencial por los pobres es una exigencia ética y social que nace del amor de Dios y está en el corazón del Evangelio. No se trata de una postura política o ideológica, sino de una respuesta a la injusticia social, la desigualdad de oportunidades y la marginación (Vatican News, 2020).
La educación católica refuerza esta concepción: “Pobre es aquel al que no se le respeta la dignidad, al que se vulneran sus derechos y que no tiene la posibilidad de utilizar los bienes para alcanzar la salvación” (Ronald, 2020).
Hacia una sociedad sin estigmas, ¿es posible?
La pobreza no debe ser un estigma. Es una condición impuesta por la desigualdad estructural y la falta de acceso a oportunidades, no un defecto personal. La historia demuestra que la riqueza de unos ha sido, muchas veces, resultado de la apropiación y el ejercicio ilegítimo del poder. La visión cristiana, así como los enfoques contemporáneos de derechos humanos, nos llaman a reconocer la dignidad de los pobres y a luchar por una sociedad más equitativa, donde el acceso a los bienes y oportunidades sea un derecho para todos.
